Reseña de «Niebla», Miguel de Unamuno

 Lo más importante en Niebla, podríamos decir, no es el argumento, la historia que se nos narra y que queda en segundo plano, sino las reflexiones filosóficas de Unamuno. Estas cuestiones quedan reflejadas en la historia de Augusto Pérez:

Augusto se cruza con una mujer por la calle, y se enamora al instante de sus ojos. Desde ese momento, hace todo lo posible por conocerla y hacerla su mujer.

El tema principal del libro, sin embargo, no es el amor, ni el intento de su protagonista de conseguir el amor de Eugenia. El verdadero tema de esta nivola podría decirse que es la búsqueda de sí mismo del personaje principal, Augusto Pérez. El intento de afirmación del yo, enmascarado por la búsqueda de amor.

Déjame que me vea en ellos como en un espejo, que me vea tan chiquitito… Sólo así llegaré a conocerme… Viéndome en ojos de mujer…

El amor no es un fin sino un medio, por lo que no podemos considerarle el tema principal. Lo que realmente preocupa a Augusto es descubrir si él es un ente real, si existe, si su vida es realmente eso que se aparece ante como él como tal. Es por esto que lo que él necesita no es un amor físico, sino un amor que le complete espiritualmente y que le haga adquirir conciencia de sí mismo, autoafirmarse, demostrarse que es un ser real.

 ¡Comprar yo su cuerpo…, su cuerpo!… ¡Si me sobra el mío, Orfeo, me sobra el mío! Lo que yo necesito es alma, alma, alma.

Augusto tiene la firme creencia de que sólo el amor puede hacerle sentir su alma, ayudarle a encontrarse a sí mismo, sin embargo, también él mismo reconoce que esta exaltación del yo se desvanece tan pronto como sale a la calle. Es ahí cuando se da cuenta de que no es más que otro hombre, como tantos, al que nadie presta atención, de que no es más que una sombra en un escenario inmenso.

Es sólo al final de la obra cuando Augusto parece cumplir su propósito. (Y si no habéis leído el libro, aviso: Aquí encontraréis un spoiler)

Cuando Eugenia le engaña y abandona para volverse con su exnovio, Augusto se siente terriblemente avergonzado y dolido. En este momento parece tenerlo claro:

 Empecé, Víctor, como una sombra, como una ficción; durante años he vagado como un fantasma, como un muñeco de niebla, sin creer en mi propia existencia, imaginándome ser un personaje fantástico que un oculto genio inventó para solazarse, o para desahogarse; pero ahora, después de lo que me han hecho, después de esta burla, de esta ferocidad de burla, ¡ahora sí, ahora me siento, ahora me palpo, ahora no dudo de mi existencia real!

Es el dolor, el sufrimiento lo que realmente hace sentir a Augusto un ser real.

Dentro de esta historia resulta interesante el juego ficción-realidad que añade una gran complejidad a la historia y hace que se confunda la realidad de los personajes con la nuestra propia como lectores, así como la confusa interacción que se da entre los personajes de la obra y el propio Unamuno. Simbólicamente esto refuerza la idea del carácter ilusorio de la vida que pretende retratar Unamuno. Augusto duda de su propia existencia, cree necesitar llenar su vida de amor para demostrarse a sí mismo que existe y que es un ser real. Podemos pensar que no es el amor como tal aquello capaz de ponerle de manifiesto eso que él necesita saber, sino más bien la presencia de la otra persona. Tal vez sea relacionándonos con los otros como podemos cerciorarnos de que nuestra realidad es la realidad.

¡Ay, Orfeo, Orfeo, esto de dormir solo, solo, solo, de dormir un solo sueño! El sueño de uno solo es la ilusión, la apariencia; el sueño de dos es ya la verdad, la realidad. ¿Qué es el mundo real sino el sueño que soñamos todos, el sueño común?

La idea más extendida a lo largo de todo este libro es la contradicción entre realidad y sueño. Pero ahora pensemos más en esta preocupación de Augusto… ¿Podemos estar nosotros acaso seguros de existir realmente?

Continuamente, Augusto se pregunta sobre la realidad de la vida, sobre su existencia. Le preocupa no ser un ente real, ser solo una sombra. Se pregunta continuamente si existe o es tan solo un sueño; el sueño de todos, o el sueño de Dios. Porque, quizá, piensa, todo cuanto le rodea no sea más que el sueño de Dios, y por tanto desaparecerá en el momento en el que Él se despierte.

Quizá, todo lo que consideramos real no lo sea. Quizá, seamos solo un sueño de un ser superior, como Augusto en su novela. Marionetas, que solo representamos un papel, el que nos toca representar, actuando, mientras creemos vivir. Nos sentimos reales, creemos que actuamos por voluntad, pero cabe la posibilidad de que no lo seamos, y que hagamos precisamente lo que Dios sueña que hacemos.

A todos nos gusta, señorito, hacer el papel y nadie es el que es, sino el que le hacen los demás.

Unamuno pone en boca de Víctor Goti, en el prólogo de Niebla las siguientes palabras:

… estoy por lo menos firmemente persuadido de que carezco de eso que los psicólogos llaman libre albedrío, aunque para mi consuelo creo también que tampoco goza don Miguel de él

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El mundo no sería más que un teatro en el que el hombre se ve obligado a representar la tragicomedia del vivir. Sin certezas, ni seguridades. Inmensos en la niebla de la incertidumbre no tenemos modo alguno de escapar de la vida, ni de saber cuál es la realidad en la misma.

La palabra y todo género de expresión convencional, como el beso y el abrazo… No hacemos sino representar cada uno su papel. Todos personas, todos caretas, todos cómicos. Nadie sufre ni goza lo que dice y expresa y acaso dice que goza y acaso cree que goza y sufre; si no, no se podría vivir. En el fondo estamos tan tranquilos. Como yo ahora aquí, representando a solas mi comedia, hecho actor y espectador a la vez.

¿No tenemos entonces ninguna capacidad de decisión?

Augusto solo es un ente de ficción, no tiene ninguna capacidad de elección. Su inventor, o como diría él la persona que lo sueña, es quién decide lo que va a suceder en cada momento. Al final de la obra, Augusto decide suicidarse, ante lo que Unamuno se opone. Vemos como el mismo se introduce en su nivola y afirma:

Cuán lejos estarán estos infelices de pensar que no están haciendo otra cosa que tratar de justificar lo que yo estoy haciendo con ellos.

Esto refuerza la idea de que estos personajes, aunque así lo creyeran, no podían tomar sus propias decisiones, sino que se veían limitados a cumplir con la voluntad de su creador.

Lo que no podemos saber es si con nuestra vida sucede lo mismo. No sabemos si somos libres cuando tomamos decisiones, o si del mismo modo que les sucedía a los personajes de sus nivolas, cuando nosotros mismos intentamos justificarnos no estamos sino justificando a Dios, que hace con nosotros lo que quiere de igual forma que Unamuno con los personajes que inventó.

La obra está cargada, por lo tanto, de un profundo simbolismo. Podemos establecer una analogía entre los personajes de Niebla y nosotros mismos. Unamuno representa para los seres ficticios, que ha creado, lo mismo que Dios puede representar para nosotros. Podríamos decir que es él quien nos ha creado al soñarnos. El propio título de la novela es de carácter simbólico. Y la palabra niebla, que aparece en multitud de ocasiones a lo largo del libro, es siempre utilizada con el mismo carácter metafórico. images.jpg

Con niebla, Unamuno hace referencia a eso que no está claro, que se desconoce, a esa bruma que difumina las cosas y nos impide contemplarlas de forma nítida. La niebla que nos impide ver la realidad que está detrás.

De cualquier manera, las cosas nunca están tan claras, y el final de la obra resulta ambiguo. Augusto se siente, por fin, un ser existente, y decide suicidarse. Sin embargo, cuando va a pedir consejo a Unamuno, este le dice que no puede hacerlo. Le explica que no es más que una invención, un ser ficticio, por lo que no puede hacer más que lo que él quiere que haga. Unamuno decide entonces que Augusto no se suicidará, sino que él mismo lo matará, para demostrar que realmente Augusto depende de su voluntad.

Tras la muerte de Augusto, la interpretación es doble. Podemos pensar que Augusto, realmente se suicidó, saliéndose con la suya, o que en cambio fue Unamuno quien lo mató como decidió hacer. En el mismo libro ambas opciones son consideradas. En el prólogo, Víctor Goti escribe:

Pero debo hacer constar en descargo de mi conciencia que estoy profundamente convencido de que Augusto Pérez, cumpliendo el propósito de suicidarse que me comunicó en la última entrevista, que con él tuve, se suicidó realmente, de hecho, y no sólo idealmente y de deseo.

Existe además un Post-Prólogo en el que podemos leer:

Su afirmación, digo, de que el desgraciado, o lo que fuese, Augusto Pérez se suicidó y no murió como yo cuento su muerte, es decir, por mi libérrimo albedrío y decisión, es cosa que me hace sonreír. Opiniones hay, en efecto, que no merecen sino una sonrisa. Y debe andarse mi amigo y prologuista Goti con mucho tiento en discutir así mis decisiones, porque si me fastidia mucho acabaré por hacer con él lo que con su amigo Pérez hice, y es que le dejaré morir o le mataré a guisa de médico.

Otro aspecto interesante de esta obra es el juego de novela dentro de la novela.

Dentro de este libro nos encontramos con un personaje, Víctor Goti, que está escribiendo una novela. Como este reconoce “Mi novela no va a ser novela, sino nivola… Así nadie tendrá derecho a decir que deroga las leyes de su género…”

De esta forma Unamuno juega con la confusión haciendo que un personaje de su nivola esté a su vez escribiendo una novela, o nivola, con las mismas características. Además, el prólogo de Niebla está escrito por el mismo Víctor Goti lo que incrementa esa confusión entre lo que es real y lo que no, quizá con lo que Unamuno pretende demostrar que lo que existe y lo que no es más difícil de delimitar de lo que parece.

Para confundir aún más al lector, la nivola que está escribiendo Víctor Goti parece coincidir con la historia que Unamuno nos cuenta en Niebla:

–Entonces… un monólogo. Y para que parezca algo así como un diálogo invento un perro a quien el personaje se dirige.

– ¿Sabes, Víctor, que se me antoja que me estás inventando?…

– ¡Puede ser!

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Al introducirse Unamuno en la historia logra crear una cierta confusión en el lector, al que incluso se dirigen los personajes en ciertas ocasiones. Esto rompe con la concepción tradicional de lector pasivo y nos obliga a introducirnos en la historia, nos crea una cierta incomodidad y nos obliga a reflexionar junto con el personaje. El propio Augusto dice en una ocasión, apelando a su propio autor:

¡Morirá usted, Don Miguel, morirá usted y morirán todos los que me piensen!

 La idea de la muerte es también una noción clave, o más bien podríamos decir, lo que aparece de forma recurrente en toda la obra de Unamuno es el ansia de inmortalidad del ser humano.

Del sentimiento trágico de la vida es uno de los ensayos más conocidos y destacados de Miguel de Unamuno.

En él encontramos muchas de estas ideas más desarrolladas:

Quiere decirse que tu esencia, lector, la mía, (…) y la de cada hombre que sea hombre no es sino el conato, el esfuerzo que pone en seguir siendo hombre, en no morir. (…) Es decir, que tú, yo y Spinoza queremos no morirnos nunca y que este nuestro anhelo de nunca morirnos es nuestra esencia actual.

La esencia del hombre es, precisamente ese ansia de inmortalidad, ese deseo por no morir nunca, por permanecer, perpetuarse el propio yo; ese yo propio de cada uno que en Niebla parecía tan difícil de encontrar. Unamuno considera esencial considerar al hombre como ese yo de carne y hueso que somos cada uno de nosotros. No se puede hablar de humanidad o de hombre en abstracto, pues, en realidad, esos no son más que conceptos vacíos.

Y este hombre concreto, de carne y hueso, es el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda filosofía, quiéranlo o no ciertos sedicentes filósofos.

Podemos encontrar, en las dos obras mencionadas de Unamuno, alguna referencia al pensamiento de Descartes.

“¿Dudas?, luego piensas; ¿piensas?, luego eres.”

No se puede pensar sin dudar afirma Víctor Goti en Niebla, y de este modo pretende hacerle a Augusto estar seguro de su existenciaDescartes, autor de la famosa frase Cogito, ergo sum (pienso luego existo), llegó a esta conclusión de la misma forma.De un modo muy simplificado podríamos decir, si dudas es porque estás pensando, y si estás pensando es porque existes. De cualquier modo, y como ya he mencionado, lo que realmente termina convenciendo a Augusto de su existencia no es nada de esto, sino el dolor, el sufrimiento. La existencia del hombre, para Unamuno, no puede inferirse de su existencia.

No mata más que el dolor físico. La única verdad es el hombre fisiológico, el que no habla, el que no miente.

En Del sentimiento trágico de la vida podemos ver además como Unamuno le critica a Descartes hacer referencia con su Cogito (Pienso, YO PIENSO) a un hombre irreal. Lo primitivo no es pensar, dice, sino vivir por lo que la sentencia correcta sería entonces sum, ergo cogito. Somos, por lo que pensamos, y queremos. Y aquello que queremos es precisamente ser inmortales, permanecer. Lo que todo hombre esconde es el deseo de ser inmortal. En cambio, nada nos da la certeza de que vaya a ser así. Es cierto, dice Unamuno que «si la conciencia no es nada más que un relámpago entre dos eternidades de tinieblas, entonces nada hay más execrable que la existencia.» Si nuestras conciencias, individualmente entendidas, no son eternas e inmortales, todo carecería de sentido, por completo. Y no tenemos modo alguno de saber si esto será o no así lo que nos arroja a una incertidumbre perpetúa que sitúa a Unamuno en un conflicto permanente: El de la razón contra la fe.

¿Contradicción? ¡Ya lo creo! ¡La de mi corazón, que dice que sí, mi cabeza, que dice no! Contradicción, naturalmente.

Volvemos de nuevo a situar al hombre en medio de la niebla. La niebla de la incertidumbre. Todo es confusión. No hay nada en su existencia que le otorgue certezas. Pero además, esta no es la única nebulosa en la que nuestra vida puede verse sumida: Existe también la niebla del aburrimiento. Cuando la  vida se ve sumida en la monotonía y todos los días no son sino una simple sucesión de lo mismo haciendo que hasta el mismo concepto de tiempo pierda su sentido.

Niebla, en conclusión, es una obra más que recomendable. Se trata de una obra literaria muy entretenida de leer y que nos obliga a reflexionar, casi sin que nos demos cuenta, sobre multitud de cuestiones y problemas filosóficos que todos nos hemos planteado alguna vez. Además está escrita en su mayoría con un tono irónico – humorístico que facilita mucho la lectura y la hace muy entretenida.

Del sentimiento trágico de la vida es una obra igualmente recomendable, sin duda, pero también un poco más complicada de leer, en la medida en que se trata de un ensayo y los temas son tratados con mayor profundidad filosófica. Os la recomiendo por ese motivo sólo en el caso de que tengáis ya algún conocimiento de filosofía y queréis profundizar un poco más en todos estos temas.

Verónica Gutiérrez, 4º filosofía

2 comentarios en “Reseña de «Niebla», Miguel de Unamuno

  1. Marco

    Increible el nivel de analisis que se hace a cerca de este libro. Desde luego es capaz de transmitir el pensmiento que Unamuno plasmaba y me va a venir de maravilla de cara a la reseña de la Ebau.

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  2. Pingback: Miguel de Unamuno: Niebla – Nivola – la autonovela de un personaje | kalais

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