Her: ¿Cómo amar sin poseer?
Otra respuesta
I
Veinticuatro años lleva depositada en este mundo El lado oscuro del corazón (1992). No hay lugar aquí para rendirle un adecuado homenaje a tan bonita película. Esto es una lástima. Aquella película dio forma de verso a mis emociones. Desde entonces somos amigos de Benedetti. Desde entonces esta maravillosa película ha llegado incluso a ser amenazada por la perversa lógica integradora de nuestro modelo económico, que jamás podrá decirnos nada acerca del amor, del mismo modo que nunca podrá pronunciar algo sensato sobre la justicia o la virtud.
Durante mucho tiempo mis poemas favoritos de Benedetti y Girondo estuvieron marcados por la voz de Grandinetti, por su ritmo, por sus pausas…Hoy reclamo su presencia aquí por una escena en particular.
En una cafetería, un ficticio Oliverio Girondo se encuentra con su ex mujer. Allí tiene lugar el siguiente diálogo:
Durante el diálogo, cuya temática es evidentemente el amor, nuestro falso Oliverio enuncia una pregunta que, en mi opinión, representa el objetivo último al que Her quiere dar respuesta: ¿cómo amar sin poseer?
II
Hace muy poco tiempo leímos aquí una extensa opinión sobre Her (2013), una maravillosa película protagonizada por S. Johanson y J. Phoenix. Cuando en aquella ocasión se preguntaban sobre la temática de la película pudimos leer que el argumento del largometraje reflejaba una distopía, que allí “nos encontrábamos una sociedad anémica, triste, solitaria y cansada”. A mi parecer, aquella opinión se centraba en aspectos secundarios de la película, prestando una excesiva atención al tema de soledad como hilo argumental del film.
Ciertamente, la película muestra un imaginario futuro donde la tecnología ha penetrado en aspectos de la vida cotidiana que nos resultan llamativos. Pero lejos de representar un futuro perverso, indeseable o distópico, la realidad proyectada por Her poco se aleja de los acontecimientos que presenciamos en nuestra cotidianidad. La gran capacidad tecnológica es quizás el único elemento extraño en unas escenas que recuerdan una metrópoli cualquiera de nuestro siglo: en Her no hay más soledad que en el presente.
También hay, al parecer, una opinión generalizada, poco meditada a mi gusto, que señala como tema central de la película el amor entre un hombre y una máquina, sus posibilidades, sus límites…
III
Terminaba la película y The moon song no abandonaba al silencio mis pensamientos. Es bastante curioso como en ocasiones nuestros recuerdos se emparejan caprichosamente con experiencias que parecían olvidadas. Sonaba The moon song. Ya no podía dejar de recordar aquella pregunta del ’92: ¿Cómo amar sin poseer?
Todavía con los créditos proyectándose en la pantalla, Her parecía ser ante todo una reflexión sobre las posibilidades del amor sin que exista objeto alguno de deseo. En la inexistencia del sujeto amado, del cuerpo físico, de un alguien a quien amar, a quien poseer, ¿puede haber amor?
Los espacios físicos están presentes en la película pero tan sólo como condiciones de posibilidad de un amor que pronto transgrede lo mutable para mostrarse en el espacio de lo intangible, del intelecto. La tensión es evidente: parte importante de lo que siempre hemos asociado al amor tiene una manifestación física. Para muchos lo físico es ineludible: el deseo de vernos, de sentirnos en y con la pareja; de agotar nuestras existencias, de proyectarnos juntos como un todo… El amor entre parejas ¿sólo puede ser de este modo?
La película continuamente refleja la tensión entre la imposibilidad de mantener una relación física, carnal, y la satisfacción mutua que los personajes encuentran en sus conversaciones, en el placer superior del intelecto. De alguna manera, también somos participes de la idea de que una relación amorosa debe culminar en la unión física de los amantes, pero en pocas ocasiones nos encontramos cuestionando este supuesto.
Las sugerencias de Her genera dan un paso más allá en nuestra habitual manera de entender el amor. Los protagonistas son sin duda amantes, no hay duda de su pasión. A medida que avanza la película se mejoran el uno al otro, la pasión es su vehículo. Sin embargo, se sugiere algo más poderoso todavía: sólo un alma verdaderamente apasionada puede ser contemplativa pues, limitados por lo físico, jamás podrán amarse verdaderamente.
Los personajes sufren y lloran porque hay un claro límite material que su amor no puede transgredir. No obstante, pronto comprenden que su sufrimiento surge de la ignorancia. Sufren porque piensan que la ausencia de lo físico degrada su amor, que su amor, al carecer de la unidad física de los cuerpos es, de un algún modo, inferior. Pero descubren su error: cuando pensaban amar algo de este mundo estaban profundamente equivocados.
IV
Muchos de los pensamientos que me sugirió Her son poco más que una extensión de la maravillosa doctrina del Eros de Platón. Por explicarlo con unas palabras que son mejores que las mías:
“Todos persiguen la posesión; ese es el instinto animal sobre el que toda cosa se sostiene; pero el verdadero amante la posesión le deja insatisfecho: su alegría está en el carácter de la cosa amada, en la esencia que la tal revela, sea de aquí o de allá, de ahora o de entonces, suya o de otro. Tal esencia, que en lo concerniente a la acción, era únicamente una señal que tornaba laxo el impulso animal y genérico, para la contemplación es el objeto total del amor y la única ganancia que se adquiere amando.” (G. Santayana, The Realm of Essence, 1928).
En el presente, donde nada escapa a las nociones instrumentales del cálculo de costes y beneficios, puede que una vieja respuesta sobre el amor ilumine el maltrecho camino de la reflexión.
Arauz